Un huerto, un laboratorio, una misión

Hay un jardín de rosas a cinco minutos de la ciudad de Zaragoza. Acoge más de mil trescientas variedades, medievales cientos de ellas. Su guardián y protector es el responsable de unos laboratorios que, inspirados en las rosas, pero también en el poder secreto de las plantas, quiere convertir la piel que habitamos en nuestra mejor tarjeta de presentación. Paseamos por “El huerto de la Media Legua” con Jerónimo Ors.

- ELENA MARQUÍNEZ -

Toma su nombre del puente de la Media Legua, al que saludamos poco antes de entrar en este espacio bien escondido y a media legua de Zaragoza, que viene a ser una media hora andando según las Apps que se empeñan en medirlo todo, pero que ya el Cid, dice la leyenda, lo había registrado antes cuando iba camino de Valencia.

Es un derroche de rojos, fucsias, naranjas, amarillos y malvas, es, sobre todo una fiesta de rosas en todos los matices. El empolvado de un pañuelo de seda, el de labios que anuncia el verano, el de bebé que sugiere ternura. Y está, además, el olor. Que aunque son las rosas quienes excitan nuestra nariz no es un único y reconocible olor a rosa. Porque hay muchos y aquí están casi todos. Si asomarse a un jardín es siempre un privilegio, en este caso, el paseo entre rosales en “El Huerto de la Media Legua”, es poner un pie en el paraíso.

Jerónimo Ors en el Huerto de la Media Legua (Guillermo Mestre)

Protegidas las rosas por altos muros cuya cara interior acogen escritas, con primorosa caligrafía, citas de Juan Ramón Jiménez, Fray Luis de León o Miguel Hernández, cada año muestran su poder con exquisita discreción. La primera florada, que así la llaman, es en Mayo y, a lo largo del verano, en un ejercicio de sabia democracia, cada cual florece cuando le da la real gana. Jerónimo Ors, a quien le gusta definirse como un hombre del XIX porque le pierden ese refinamiento y esa estética, recuerda la labor silenciosa y eficaz del creador de este vergel, Julio Palazón, su padre. “El jardín le sienta muy bien al alma. Estás en contacto con la vida, participas de los ciclos de la naturaleza. Yo recomiendo a todo el mundo que cultive un jardín, aunque sea un trozo pequeñito. Mi padre era farmacéutico y dividía su vida entre El Greco, su gran pasión, las rosas y la farmacia, donde también desarrolló una gran labor social porque estaba en un barrio obrero. Recuerdo su seiscientos con manchas de sangre a menudo porque era un época en la que no había ambulancias, y el farmacéutico llevaba a los heridos en su coche hasta la Casa de Socorro o el hospital. Su afición por la rosas creció a medida que las fue conociendo. Cuando descubrió que los ingleses eran los mejores “rosalistas”, todos los años se iba a Inglaterra, sin saber inglés y con un Seat destartalado. Siempre volvía con el coche lleno de rosas hasta los topes. ¡Y ahora te las mandan por Internet! Se especializó en rosas medievales que son las originales, las que al cruzarse entre sí dan lugar a las modernas, mucho más perfectas y resistentes a las plagas, pero que no tienen el encanto de esa delicadeza natural y esa fragilidad…”.

El encanto de lo efímero, porque la rosa dura muy poco tiempo y hay que disfrutarla intensamente, es una forma zen de entender la vida. Frente a nosotros uno de esos rosales centenarios, la Rosa Mutabilis. “Roja por la mañana, en la tarde se pone blanca, y se deshoja por la noche. Solo dura un día. Es la rosa de “Doña Rosita, la soltera”, de Federico García Lorca”. Y leemos, “Cuando se abre en la mañana, roja como sangre está. El rocío no la toca porque se teme quemar. Abierta en el mediodía es dura como el coral, el sol se asoma a los vidrios para verla relumbrar. Cuando en las ramas empiezan los pájaros a cantar, y se desmaya la tarde en las violetas del mar, se pone blanca cual blanco de una mejilla de sal, y cuando toca la noche, blanco cuerno de metal, y las estrellas avanzan mientras los aires se van, en la raya de lo oscuro, se comienza a deshojar”.

El agua de rosas

De las rosas, al agua de rosas. Un clásico en cosmética y perfumería que se hace desde la Edad Media y que también tiene leyenda. “Había en Persia una princesa casada con un rey quien, en vez de un pisito, le puso un maravilloso palacio con jardín donde la princesa se aburría mucho. A finales de primavera se entretuvo deshojando las rosas y tirándolas a las acequias. Días después vio que los pétalos habían hecho una especie de dique. Luz del Mundo, que así se llamaba, quitó los pétalos y se dio cuenta de que sus manos olían a rosa. Empezó a pensar cómo conseguir que ese olor pasara al agua y creo una fórmula muy sencilla con polvo de talco, pétalos de rosa y agua, dejar macerar, y quitar.

después los pétalos y el talco. Así salió el agua de rosas. Ochocientos años después utilizamos el mismo sistema. Siguiendo con la leyenda, el secreto del agua de rosas se quedó en Persia. Pero tiempo después otra princesa de enamoró de un cautivo cristiano, él la sedujo y huyeron juntos. Como único capital llevaron el secreto del agua de rosas a Occidente”.

Ante este ejemplo tan nítido de espionaje industrial y consciente de que Jerónimo Ors no nos va a pasar la fórmula le pedimos que nos de, al menos, las claves del agua de rosas. “Tiene un efecto levemente estimulante para la piel porque excita un poquito la circulación, y la deja más luminosa. Para su fabricación utilizamos Centifolia Oficinalis. El agua de rosas la hacemos con rosas del jardín, es de elaboración propia. La técnica moderna no ha conseguido mejorarla, sigue siendo mucho más eficaz y tiene más propiedades que los sustitutos que se puedan usar”. Otras flores y plantas se apuntan a este escuadrón que mima la piel. “La Angélica Arcangélica, de efecto levemente antihistamínico que viene muy bien a las pieles sensibles en primavera y verano, el agua de Avena calmante, y la de Manzanilla descongestionante”.

Recolección de rosas (Guillermo Mestre)

Dejamos el huerto en su paz, cerrando el portalón de madera como quien protege el intramuros de un convento. Atravesamos, poco después, las puertas de un laboratorio luminoso y entregado a la eficacia de la formulación y la tecnología, abrazado por un jardín. Ya estamos en Laboratorios Paquita Ors.

Enfundados en una bata blanca, con patucos y un gorrillo como los de ducha, que es ponértelo y la lujuria te abandona, nos asomamos a otro jardín con su fuente y todo. “Que no es una fuente, es un búnker antideflagrante donde guardamos todo el material inflamable, desde alcohol para colonias hasta laca de uñas”, puntualiza Jerónimo Ors. “Decidimos que no fuera un depósito sórdido. Nos rodea un jardín porque la filosofía de la empresa está basada en la eficacia de las plantas. Se trataba de hacer un locus amoenus, un espacio agradable para trabajar”.

Así se hace una crema

En la zona de producción comienza la lección y aprendemos cómo se hace una crema. “La piel de los humanos tiene una emulsión protectora donde están las defensas, la hidratación y tantas cosas más, todas importantísimas, para su buen funcionamiento. Con los años, el sol, y el exceso de higiene, esa emulsión se va perdiendo y la piel queda desprotegida y envejece. En cosmética intentamos dar la emulsión que ha perdido a esa especie de muralla infranqueable que está hecha para que todo nos resbale y nada pueda penetrar. Tenemos una serie de trucos que nos permiten colarnos”.

Cristina Bordonada, bioquímica, se ocupa del desarrollo de nuevos productos y control de calidad. “Esto es un nuevo desodorante sin aluminio que estamos empezando a probar. Los desodorantes tiene sales de aluminio o de circonio, por un mecanismo físico-químico cierran el poro y no sale el sudor. Estamos probando nuevos con sales de plata. Tiene este extraño color por las sales y estamos viendo el modo de que no manche. A veces, en las pruebas, te salen colores que no esperas y vas cambiando la fórmula hasta encontrar lo que quieres”.

Jerónimo nos muestra otra prueba “Es una crema equilibradora, una de las estrellas de la casa, lleva una silicona y estamos intentando sustituirla por un producto vegetal. Las pruebas pretenden mejorarla manteniendo la textura actual. Vamos por la número once y seguimos”. La perfección de la fórmula se hace a pequeña escala, como en la botica clásica, con un mortero y un majadero. “Lo de dar más vueltas que un majadero viene de esto. Hay que hacerlo en el sentido inverso al que lo harías de manera espontánea si te pones a mezclar algo en casa. Es por el Efecto Coriolis de la tierra. Porque por un lado actúa la fuerza de la tierra y por otro, actúa tu fuerza. Y se dispersan mejor los productos”. Me confirma que tres cuartas de lo mismo si se trata de hacer gazpacho porque, a fin de cuentas, es una emulsión. Tomamos nota.

El laboratorio sigue su ritmo con un compás interno en el que sorprende al profano la labor artesanal y de apariencia casera. Como si de una pulquérrima cocina se tratara, en pequeñas cantidades, manualmente y entre batas blancas, transcurre un devenir de artífices que consiguen transformar una idea en un producto. Jerónimo Ors mueve los hilos, y de su mano entramos en la zona de control de calidad microbiológico “Son áreas estériles. Cada vez que entra una materia prima, la analizamos. Por ejemplo, llegan cinco kilos de extracto de amapola, con un boletín de análisis que asegura que cumple determinadas características pero nosotros no nos lo creemos y lo volvemos a analizar. Hasta que no veamos que el producto está conforme, se queda en cuarentena. Con el conforme, el producto es apto para usarlo y fabricamos con él. Una vez fabricado, hacemos otros análisis y se queda almacenado en otra cuarentena especial. Tras esa cuarentena, se envasa. Y se vuelven a hacer análisis. Los análisis microbiológicos son muy exhaustivos. Hacemos lotes muy pequeños, aunque es menos rentable, para que el producto tenga poco conservante y sea muy fresco”.

Probando un nuevo desodorante en la zona de desarrollo de nuevos productos

De un molino de diamante, cuyas muelas dispersan los pigmentos del maquillaje, a un viscosímetro que mide la viscosidad en una unidad llamada centipoise, una especie de batidora un poco chivata que crea la textura que nos gusta en las cremas. Llegamos a las columnas para hacer agua purificada “necesitamos un alto nivel de pureza y el agua de la red viene con cal y metales que oxida las cremas, estas resinas eliminan todos los iones y metales de agua y se obtiene mejor calidad que la del agua destilada. A continuación pasa por los filtros de bacterias”.

Este absoluto control, este ejercicio de artesanía, tiene también una derivada desconocida. Al modo de los medicamentos huérfanos de la farmacia, fabrican las cremas huérfanas “A veces, incluso, para una sola persona porque la fórmula estándar se queda corta. Casos en los que bajan las defensas y se asimilan mal las vitaminas, como quimioterapia o colitis ulcerosa, por ejemplo. Lo hacemos por ayudar y para dar a estos grupos minoritarios algo que la industria no hace. Porque cada producto, para ser vendido, tiene que tener su registro sanitario, igualmente, en estos casos, tienes que rellenar toda la documentación para la Inspección. Obviamente no es rentable”.

Todo empezó hace más de veinticinco años

Fue en el año 1.993 cuando inició el laboratorio su andadura. Paquita Ors, visionaria, feminista, inteligente, tenaz, y madre. Jerónimo Ors, estudioso, laborioso, creativo, entusiasmado con la idea de ayudar a los demás a través de la cosmética, trabajador infatigable, e hijo. “Comenzamos en la farmacia, con dos auxiliares, corría 1.988. Ella en el mostrador, yo dentro. La gente hacía cola durante hora y media. Y era como la panadería. “¡Que va a salir el colágeno!”. Y se llevaban los botes calentitos. A mí, que siempre he sido muy tímido, me costaba el trato con el público. Mi madre, con muy buen criterio, presionó hasta que me puse a ello. Ahora mismo disfruto tanto del trato con la gente como de la investigación”.

Jerónimo Ors junto a los reactores donde se fabrican las cremas (Guillermo Mestre)

En el trato con las personas está la clave, en un diagnóstico personalizado al que llegaremos en breve. Antes, recordamos otra farmacia, la que puso Paquita Ors en Valencia en los años 50 al terminar la carrera. “Estaba en un barrio obrero en el que vivían personas que trabajaban en los astilleros o en el campo. Ella se daba cuenta de los problemas de piel que acarreaban por el envejecimiento que produce el sol, por la dureza del trabajo, y decide hacer algo. Si tenían la piel de las manos muy castigada no podían trabajar y si no trabajaban no ganaban dinero y no podían cuidar de la familia. A través de plantas de la huerta de Valencia se inventa productos para que la piel esté mejor y muy baratos. Hay una asignatura, Farmacognosia, que nos enseña a extraer de las plantas lo que queremos. Mi madre utilizaba plantas calmantes como la malva, la avena, la caléndula y otras gramíneas, los extractos que mejoraban la piel. Luego, se casó con mi padre que era encantador pero un poco machista y no quería que su mujer trabajara, y dejó de hacerlo durante muchos años”.

Cuando Jerónimo acaba la carrera de farmacia unen fuerzas y comienzan la aventura.

Diagnóstico personalizado

“Nos dimos cuenta de que en la farmacia no coges un antihipertensivo porque tener la tensión alta sino que primero vas al médico, y luego al farmacéutico, y esos filtros hacen que llegue a cada uno el producto más efectivo. Decidimos que sería muy bueno aplicarlo a la cosmética. Había que ver la piel, hacer una diagnóstico, dar a la persona lo que necesitaba en ese momento. No es lo mismo una mujer que está empezando con la menopausia, un adolescente o un hombre estresado. Ahora se da mucho un perfil de mujeres profesionales, de entre treinta y cincuenta años, que viven solas, trabajan en grandes empresas, y tienen jornadas interminables. La piel es el órgano del cuerpo que más se estresa. Afortunadamente, es tal la diversidad de las plantas, que se puede hacer prácticamente un producto para cada situación y cada persona”.

El laboratorio se adapta a las nuevas posibilidades tecnológicas “es muy importante, cómo ha mejorado el análisis de las plantas. Hoy en día, de la raíz de regaliz, que no se usa mucho, cogemos sólo lo que queremos. Lees que hay una planta en Honduras, en Corea, en Sudáfrica, la estudias, y en 40 horas ya la tienes para hacer estudios prácticos con ella. Trabajamos con empresas que mantienen el desarrollo sostenible, con plantas que casi todas crecen en países en vías de desarrollo, como la Calaguala de Honduras, por ejemplo. A la planta le gusta estar rodeada de otras plantas, conviviendo con ellas, en su propio ecosistema. Cuando se empieza a investigar se recogen unas pocas plantitas, un par de kilos, sin problema. Pero si funciona, en la zona se dan cuenta de que han encontrado un recurso y empiezan a cultivarla en grandes extensiones porque genera dinero. Pero la planta pierde propiedades y deja de ser interesante. Por eso buscamos empresas que practican desarrollo sostenible y convencen a las pequeñas aldeas de que hay que cultivar aquí cincuenta plantitas, a 50 km otras cincuenta, pero no cinco mil de golpe”.

Paseando por el Huerto (Guillermo Mestre)

Volvemos al Huerto de la Media Legua donde nos aguarda la calma, esa que a veces reclama a gritos la piel. “Es lo que llamamos discomfort. La piel se altera y no estamos a gusto dentro de ella. Hay una planta llamada Rodiola que impide que la piel libere histamina y se vuelva.

No hay tal variedad a la vista pero juro por Linneo que el reencuentro con las rosas es un bálsamo, que sí, lo de cuidar un pequeño jardín aunque sea en tiestos puede ser el empuje de una vida equilibrada, que es verdad, tienen las rosas de nombre sugerente, Ingrid Bergman, Pierre de Ronsard, Eclipse ó Gabriela, el encanto sutil de lo efímero. Leemos en uno de los muros “Allá va el olor de la rosa, cógelo en tu sinrazón”, de Juan Ramón Jiménez, el ramo de rosas que luce en las fotos nos recuerda la obra del pintor botánico Jacob van Huysum, Jerónimo Ors suspira por Brahms y yo pongo en mis auriculares a Louis Armstrong. Suena “La vie en rose”.

CRÉDITOS: Elena Marquínez (textos) | Guillermo Mestre (fotos)